Temporada de huracanes


DAVID SANTIAGO TOVILLA

I. El libro

Temporada de huracanes de Fernanda Melchor es una novela cuya construcción sustentada en el lenguaje le consiguió su lugar preponderante en la narrativa mexicana. Los trabajos logrados con esta acuciosidad no abundan.

En 2003, Xavier Velasco publicó Diablo Guardián. Violeta llegó para quedarse como un personaje vivo, tangible, accesible.

Desde entonces, no había otro planteamiento literario orientado a dotar a los personajes de un admirable sociolecto o variedad de la lengua utilizada por un grupo social. Tuvieron que pasar catorce años para que, en 2017, llegara Temporada de huracanes.

La obra de Fernanda Melchor es arrolladora. En primer lugar, por su estilo incesante, en donde no hay puntos y aparte para el descanso del lector. Un oleaje narrativo que mantiene la tensión durante cada capítulo.

Otro elemento es la capacidad de la autora para instalar el habla de los personajes y llevar a que, en la mente del receptor, se visualicen esas personalidades con toda su fuerza. El trabajo de Melchor hace recordar cuál es la función de la literatura en sí. Ejemplar, sorprendente.

Un rasgo más es que toda la novela es una metáfora de un huracán social. Se perfilan los personajes y se les involucra en anécdotas, pero el hilo conductor de todo son los efectos de la miseria. Ese fango que pigmenta las vidas. La sin razón como destino. La nulidad como eje de la existencia. La imitación de conductas para ser aceptados. La ignorancia como factor en la toma de decisiones. La sexualidad instintiva, animalizada, sin erotismo. La fermentación previsible de delitos.

«La mayor parte de las chicas de la carretera con dificultad comían una vez al día y muchas no era dueñas ni de la toalla con la que se limpiaban los humores de los machos con los que cogían» es una verdad irrefutable que no se borra con labia, frases hechas y mucha propaganda.

Un trabajo literario impecable porque reúne veracidad, emotividad, información, técnica y que, sin embargo, por su temática social estrujante que no quiere divertir sino remover la conciencia, tiene un reconocimiento progresivo, lento. Pero quien quiera conocer una obra esencial de la narrativa mexicana del siglo XXI tendrá que leer Temporada de huracanes.

II. La película

El 1 de noviembre Netflix estrenó la versión cinematográfica de Temporada de huracanes. Era un reto recuperar la esencia del relato de Fernanda Melchor sin incurrir en la trivialización o la mecánica recreación de las anécdotas. Elisa Miller, directora, y Daniela Gómez, guionista, lograron generar un producto equilibrado y soportado en sí mismo.

La película respeta los bloques con que está construida la novela para delinear a los personajes y generar una verdad colectiva a partir de perfiles y acciones de cada uno. Cada perspectiva aporta algo de un mismo hecho. De esa manera, se conoce el testimonio personal y las alusiones a la realidad específica de los involucrados.

La cinta sabe construir sus cimientos para entregar un planteamiento propio, sin estar sujeta a la fuerza lingüística de Melchor que se apuntó antes. Recupera la desazón, inercias, complejidades, descubrimientos, con su ritmo conveniente.

Comparte la idea de aplicar una revisión sin prejuicios, sesgos o ideologías. La destrucción de la vida en hogares y pueblos, en México, es un cáncer que ningún intento se hace por curar o por lo menos detener su contaminación. El daño es irreversible, generacional. Quienes tienen responsabilidades hoy, se ocupan de llenar la atención colectiva con piruetas y espejitos, para que no se voltee a ver ese tejido social pútrido.

La película tampoco requiere acudir a escenas explícitas de sexualidad o violencia, porque ambos temas forman parte de la atmósfera durante toda la película, con gran tino.

Temporada de Huracanes, de Elisa Miller, es un trabajo que merece corresponderse con la atención del público. Verse para comprender que seguir en la permisividad de todo sólo profundizará el pantano en que este país se ha convertido.