Sarelly Martínez Mendoza
En La savia humana es tiempo convertido en memoria (Groope Libros, 2025), David Tovilla escribe la novela de su vida, pero a través del otro. Y buen poeta, buen tejedor de palabras, se recrea en la terca y desmesurada memoria.
Habla del otro, que acaso es él mismo, que acaso es un personaje de novela. Al otro, a ese otro, le suceden las alegrías y las desgracias, como al otro Borges. Él simplemente escribe, con palabra de artista, lo que ha vivido el otro.
David Tovilla es un narrador imprescindible -sin punto de referencia geográfica- pero sus temas gravitan en Chiapas, donde debiera ser más acogido y reconocido por su letra precisa que se desgaja a ratos como verso o como latigazo furioso de vida plena.
En su escritura hay reflexión, hay nostalgia, como toda evocación de la memoria, y hay, es su mérito indudable, la palabra bien colocada que evoca los soles costeños, losduelos, los parientes caídos en este campo de batalla de la vida finita, pero gozosa y deslumbrante.
La memoria se perpetúa en imágenes, en relojes, barajas, circos, libros, parientes, traiciones, desvelos y en fotografías, cada vez más aparentemente infinitas, pero en realidad pasajeras. Las antiguas sobrevivían a los años, a las generaciones, a la muerte y al dolor. Ahora, se pierden en el haz de luces de memorias portátiles de gigas y terabytes;
David Tovilla habla de las transfiguraciones del libro de papel con olor a imprenta, hacia un formato digital, volátil, marcado solo por kbs y letras de tinta electrónica a las que ha tenido que acomodarse: “Desde luego, una persona formada en los 90, en una carrera de letras, vivió por años en la resistencia, y eligió siempre el libro de papel. La realidad se impone. Ahora, él hace la lectura, casi en su totalidad, en libro digital.” (p. 29). Los libros expanden la memoria o las sensaciones del vivir, de construirse futuros.
La persecución es un tema transversal en Savia humana. La locura y el delirio del poder. Es el pasado. El fantasma. La pesadilla que marcó la noche y que no se despeja con la claridad del amanecer. Huir sin rumbo. Ocultarse: “Días cuando nadie podía verle ni saber o sospechar en dónde estaba. Época de evitar culaquier contacto. Temporada de carencias”, p. 102. Pero eso le sucede al otro.
David Tovilla es un escritor maduro, imprescindible que sin aspavientos construye su literatura, hecha –y cómo no– de la caprichosa y caótica memoria, de dolores, de los nebulosos y persistentes recuerdos.
Está la nostalgia del circo. Está la mirada reflexiva: los cassettes, la risa infantil, el dolor juvenil; el padre ausente, hecho en la patria de las mentiras y de las violencias; de la madre presente, sufrida, callada, sometida a sus parejas: “Hay cicatrices en el cuerpo que pueden paliarse, pero las cicatrices de la memoria nunca se borran” (p. 58).
Está el tío muerto en circunstancias aún oscuras. Y el deseo de reposar, algún día, al lado del afecto de ese tío, de esos abuelos, en ese pueblo de calores y de adioses.
Está también la política. Los inicios del otro en el PMT, de aquel partido histórico que se desvalogó con la modernidad, y de los años de servicio en el Gobierno estatal.
Está también el amor y la familia como rescoldo de la felicidad: “El amor no es un punto de partida: está al final de muchas incidencias” (p. 115). Huir para reencontrar el amor.
La memoria se recrea, y no con fidelidad, cuando se preserva en imágenes, archivos sonoros o en escritura. Recordar es traicionarse. Mentimos al recordarnos, pero solo vivimos si reconstruimos el pasado. Eso practica David Tovilla en esta savia memorable: reconstruir, con lucidez y poesía, el mapa emocional de la vida del otro, de los otros.
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