David Santiago Tovilla
“Mi papá quería que me llamara Guadalupe o Genoveva, que eran nombres de mujer buena. Pero mi mamá opinó que así sólo se llaman las jodidas, y se empeñó en ponerme Violetta. Sólo que luego apareció mi abuelo, que igual que ellos tenía su teoría de los nombres, y dijo que Violetta era nombre de piruja.
"Creo que había visto una película, o a lo mejor fue sólo por chingar a mi madre. No sé, el caso es que el papá de mi papá sugirió que me pusieran Rosalba, y ya al final en eso quedaron de acuerdo: Rosa del Alba. Imagínate yo, con ese nombre. Pero mi mamá me llamaba a escondidas Violetta, aunque me hubiera registrado como Rosa del Alba” describe la protagonista central de la novela Diablo Guardián de Xavier Velasco.
Publicada en 2003, hasta la fecha lleva un cuarto de millón de ejemplares vendidos. Lejos de ser un recuerdo, Violetta con sus giros lingüísticos, su concepción inmediatista de la vida, su desparpajo e irreverencia tiene este año, 2013, una revitalización como pocas.
A diez años después de su presentación se ha lanzado una edición conmemorativa con un texto especial del autor. Al mismo tiempo, se han iniciado los trabajos para llevar la historia a una producción televisiva a cargo de una empresa colombiana que la colocará en la televisión abierta de mayor audiencia nacional. El festejo es grande. Ojalá se traduzca en mucho más lectores porque se trata de una de las novelas que tienen un lugar meritorio en la historia de la narrativa mexicana.
Diablo Guardián gusta, provoca, cuestiona, ironiza, expone a través de la narración en primera persona de una chica que resuelve cada día del modo que se le presenta. Violetta es un personaje imborrable tras la lectura del volumen. Se queda con sus momentos de alegría, frustraciones, explicaciones, inocencias, audacias, prejuicios.
Desde la primera persona, no deja elemento suelto de sí, su pensamiento, origen, motivos, repercusiones de todas sus acciones. Es un personaje sólido equiparable a grandes presencias que se desprenden de un texto, como el Artemio Cruz construido por Carlos Fuentes. Aquel es un clásico; Violetta lo es en sólo una década de existencia. La vinculación entre estos personajes no es una ocurrencia. Ambos sustentan su fortaleza en su propio discurso narrativo.
Diablo Guardián conecta con un público juvenil por una identificación generacional, pero llega más allá que el gusto por la música, las incursiones en la droga o la diversión con el excelente ingreso mediante el ejercicio de la prostitución. Lejos de exaltar defectos y desaciertos de Violetta, Xavier Velasco hace una despiadada crítica a un momento, una situación, un segmento social. Lo dice con todas sus letras: “Me enferma esa palabra: oso. Los ejecutivos de la agencia vivían con el Jesús en la boca por el miedo de hacer un oso con sus pinches clientes. Tanto miedo le tienen al ridículo que le dicen oso.
Le decimos, pues. Pero a mí no me da miedo el ridículo. Lo he hecho toda mi vida. ¿ajá? Nadie vive tan cerca del ridículo como la clase media. Por eso nadie quiere quedarse ahí, donde cualquier jodido te falta el respeto”.
Le decimos, pues. Pero a mí no me da miedo el ridículo. Lo he hecho toda mi vida. ¿ajá? Nadie vive tan cerca del ridículo como la clase media. Por eso nadie quiere quedarse ahí, donde cualquier jodido te falta el respeto”.
Toda la novela es humor, revisión solaz, agudeza. El autor hace lo que los artesanos en esos barquitos encerrados en una botella de cristal para apreciarlos en todas sus partes. Ahí están: las frustraciones, el bajo nivel educativo, el nulo consumo cultural, la aspiración al dinero fácil, las actitudes compulsivas y la negativa a la previsión, el cultivo de las apariencias, el engaño de ser lo que no, el disfraz en sustitución de un verdadero cambio, los hábitos deshonestos como herencia consanguínea.
El ingenio de Velasco es decirlo desde la literatura, sin el menor asomo de otras disciplinas, con una excepcional elaboración de un idiolecto o forma única de hablar para Violetta.
En el corazón de Diablo Guardián está su positiva asociación con las mejores herencias literarias. Con la novela máxima, Don Quijote de la Mancha, coincide en que Violetta no es una heroína: es una aventurera que sólo se tiene a ella misma y su cuerpo para enfrentar un mundo de adversidades.
Es una mujer errante que sale a vivir situaciones fársicas. Con la novela picaresca, concuerda en ser una autobiografía de un personaje, cuyos orígenes familiares deshonrosos le condenan de antemano a llevar una vida azarosa, en la que debe luchar por sobrevivir y vencer infinidad de obstáculos.
Los diez años de Diablo Guardián son para celebrarse entre todos: autor, editorial y lectores. Vale la pena hacerlo con lecturas y relecturas.
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