DAVID SANTIAGO TOVILLA
FotografÃa: Glenn Carstens-Peters
A medida que se extiende el uso de las aplicaciones de inteligencia artificial (IA), empieza a consolidarse un conocimiento más objetivo de su utilidad. Al final, como toda herramienta, está asociada —y refleja— las decisiones de quienes la utilizan.
En un principio, predominaban las notas que documentaban casos extremos de sustitución del trabajo personal por creaciones generadas con este instrumento: obras, libros y otros ejemplos espectaculares.
Hoy, en cambio, se culpa a la IA de las decisiones de las personas, que son quienes buscan recursos sustitutos para cumplir con un compromiso escolar o laboral. Esas intenciones existÃan mucho antes de que la inteligencia artificial apareciera.
La serie Nadie nos va a extrañar (Adriana Pelusi y Gibrán Portela, 2024) borda parte de su trama en el negocio de un grupo de preparatorianos mexicanos que elaboran trabajos escolares y los venden a sus compañeros. Es una iniciativa del que manufactura, pero es una decisión del que compra buscar la sustitución del esfuerzo individual.
Esto ocurrÃa en cualquier nivel, incluso en el posgrado. Antes de la IA, “recortar y pegar” era una práctica recurrente. Los catedráticos debÃan usar buscadores de plagio para verificar los trabajos entregados. Aun asÃ, habÃa quienes, pese a ser detectados una vez, persistÃan, con la consecuente reprobación. La nueva herramienta no es el problema: lo es la decisión de quien la solicita.
En el campo laboral, la lógica no es distinta. Antes, un consultor polÃtico preparaba discursos pensados para un emisor, un público y un contexto. Ahora, nada de eso parece importar: basta con copiar consignas, lugares comunes y frases articuladas.
Un caso real: una legisladora acudió a una consultorÃa para pedir sus discursos semanales en tribuna. Se le explicó el proceso, basado en los elementos mencionados. Ella dijo que no. Indicó que bastaba con tomar los discursos emitidos cada mañana por el poder ejecutivo mexicano, retomar fragmentos, darles forma y listo. El consultor respondió que, si eso era lo que querÃa, podrÃa entregársele, pero el costo serÃa el mismo que un discurso elaborado desde cero. Desistió: para recortar y repetir, podÃa encargarlo a un asistente con ayuda de la IA.
Las decisiones son de las personas que optan por hacer de la herramienta un sustituto. Un uso profesional, en cambio, permite interactuar con ella para obtener observaciones crÃticas sobre un texto, sin reemplazarlo, y asà contar con una opinión inmediata. Será el autor quien decida conservar lo elaborado o valorar ese punto de vista externo. Este ejercicio ya se hacÃa, con personas cercanas, mucho antes de la IA.
AsÃ, la inteligencia artificial será ayuda, cómplice o amenaza según quien la solicite. El verdadero poder para contribuir o afectar está en las manos de los usuarios. Y eso empieza a quedar claro.
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