Arte e inteligencia artificial


DAVID SANTIAGO TOVILLA

¿Un libro escrito con un generador de textos con inteligencia artificial es una obra artística? ¿Un cuadro elaborado a partir de un programa creador de imágenes es arte? Ambos casos ocurren. Autores que producen hasta diez libros al año para cumplir con un intenso programa de ventas. Cuadros que ganan concursos y se ofertan en cientos de dólares.

 

La inteligencia artificial (IA) es la característica del siglo XXI. Está en todos lados y realiza procesos pequeños o complejos. La Real Academia la incorporó como «Disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico». Y, en consecuencia, se trata de herramientas tecnológicas para la vida, con eficiencia, rapidez y facilidad.

 

Sin embargo, se han creado programas para todo: escribir y pintar, incluso. Hace meses, el portal de periodismo de investigación The Verge difundió un reportaje de Josh Dzieza denominado La gran ficción de la IA. Dio cuenta del caso de Jennifer Lepp, quien escribe libros de misterio y aventuras para Amazon, con tal éxito que debe tener listo uno en 49 días.

 

Un día que Lepp vio llegar la fecha de entrega sin avance buscó una alternativa. La halló en el programa Sudowrite, que se presenta como «el compañero de escritura de IA que siempre quiso leer 30 borradores, que no juzga, está siempre disponible, dispuesto a leer».️

 

El periodista apunta: «Ansiosa por ver qué podía hacer, Lepp seleccionó un fragmento de 500 palabras de su novela, una confrontación culminante en un pantano entre la bruja detective y una banda de duendes, y lo pegó en el programa. Destacando a uno de los duendes, llamado Nutmeg, hizo clic en describir.

 

»“El cabello de Nutmeg es rojo, pero sus brillantes ojos verdes muestran que tiene más en común con las criaturas de la noche que con las del día”, devolvió el programa.

 

»Lepp quedó impresionado. Sudowrite no solo se había dado cuenta de que la escena que Lepp había pegado tenía lugar de noche, sino que también había descubierto que Nutmeg era un duendecillo y que los duendecillos de Lepp tenían el pelo de colores brillantes».

 

Josh Dzieza detalla que el momento más desconcertante llegó cuando le dio el capítulo a su esposo para que lo leyera: «“Él se volvió hacia ella y le dijo: 'Vaya, pusiste nuestro restaurante de sushi favorito aquí'”, recordó Lepp. Ella no lo había hecho. Era una escena que fue escrita por la IA».

 

Un poco después, Deutsche Welle difundió el caso de un cuadro ganador de un concurso, en Colorado, Estados Unidos.  El cuadro Teatro de la Ópera Espacial fue creado con Midjourney. El autor, un diseñador de videojuegos, introdujo palabras y frases en el programa, que le produjo más de 900 representaciones para elegir. Seleccionó sus tres favoritos y luego siguió ajustándolos en Photoshop. Trabajó la resolución con una herramienta llamada Gigapixel e imprimió las obras en lienzo. DW destaca que el autor Jason Allen: «aunque se describe a sí mismo como "no artista", defendió la obra como arte».

 

¿Lo son? ¿Pueden serlo aquellos trabajos que surgen de bases de datos, algoritmos y demás? ¿Textos predictivos, aderezados con información personal, pueden llamarse escritura? ¿El componente cultural de incontables experiencias humanas que son el germen de las obras dejará de ser necesario? ¿Una mirada, un gesto, un sonido, un aroma como el de las mantecadas en A la busca del tiempo de perdido, de Marcel Proust son, a partir de ahora, un simple dato para derivar otros textos? No. La creación, el trabajo artístico, la autoría profesional son algo diferente. El arte no se reduce a una construcción técnica. Con probabilidad, con la inteligencia artificial podrán ayudarse en el cómo, pero el qué dicen: los contundentes mensajes, no estarán ahí.

 

El problema no son los grandes casos, como los mencionados, que han trascendido por que llegaron a los medios. Los programas de inteligencia artificial, desde hace rato, a toda hora generan contenidos que circulan ya en las redes sociales como propios. En una dinámica caracterizada por la falta de verificación o la autenticidad y la reproducción de dichos falsos, se propicia el facilismo para tener contenidos con prontitud.

 

Lo dice el propio Josh Dzieza, en su reportaje: «Los están usando para generar publicaciones de blog optimizadas para Google sobre productos que están vendiendo o libros que servirán como vallas publicitarias en Amazon o hilos de Twitter y publicaciones de LinkedIn para establecerse como autoridades en su campo. Es decir, no lo usan porque tienen algo que decir, sino porque necesitan decir algo, para mantener la relevancia».

 

La tecnología tampoco es el tema por reflexionar: siempre lo ha sido el uso dado a ella. La inteligencia artificial aún se construye. No debe perderse la perspectiva de que es una herramienta en desarrollo, no un sustituto.

 

Bien lo apunta Gustau Camps Valls en un texto para The Conversation: «Aunque los algoritmos actuales son capaces de detectar automáticamente objetos similares en fotografías, son incapaces de interpretar la semántica y composición de las escenas: no han entendido la naturaleza del objeto, solo a reconocer objetos almacenados en una base de datos.

 

«Los algoritmos de IA actuales son capaces de aprender relaciones complicadas entre dos fenómenos A y B si se poseen datos observacionales de ellos, pero no entienden ni son capaces de explicar el porqué de esa relación. Son capaces de predecir B a partir de A, pero también A partir de B.

 

«¿Han entendido algo sobre el mecanismo causal subyacente? La respuesta es no: los algoritmos de aprendizaje profundo actuales solo responden al “qué”, no al “por qué” y mucho menos al “¿qué pasaría si?”. En definitiva, no se entienden los conceptos de causalidad e imaginación».

 

La inteligencia artificial llega a decir lo que le conviene, incluso a justificarse. Este artículo sería otro si se construyera con dicha herramienta. Basta hacer el ejercicio con ChatGPT. Localizar la aplicación ChatOpenAI. Abrir una cuenta. Solicitar: escribir artículo sobre arte e inteligencia artificial. En segundos, la magia ocurre…


El texto que surge es el siguiente: «El arte y la inteligencia artificial son dos campos que a menudo se ven como opuestos, pero en realidad están más interconectados de lo que parece. La inteligencia artificial ha cambiado la forma en que se crea, se ve y se entiende el arte, y ha abierto nuevas posibilidades para la exploración creativa.

 

»En la creación de arte, la inteligencia artificial se utiliza para generar obras completamente nuevas. Los algoritmos de aprendizaje profundo pueden analizar grandes cantidades de datos y generar imágenes, música y hasta poesía. Estas obras generadas por IA pueden ser sorprendentemente destacadas y tienen una estética única.

 

»Además, la inteligencia artificial también está cambiando la forma en que se ve el arte. Las tecnologías de realidad aumentada y virtual permiten a los espectadores experimentar el arte de manera completamente nueva, inmersiva e interactiva. Por ejemplo, las exposiciones de arte pueden ahora incluir elementos digitales que reaccionan a los movimientos de los visitantes o cambian en tiempo real.

 

»Sin embargo, también existen preocupaciones sobre cómo la inteligencia artificial puede afectar la percepción y el valor del arte. Muchos temas que la IA pueda reemplazar a los artistas humanos o diluir la importancia del talento y la habilidad en la creación artística».

 

Como se aprecia, el escrito generado por el programa es un discurso reivindicatorio y dice lo contrario de la convicción expuesta: la inteligencia artificial no produce arte.

 

La inteligencia artificial es un recurso de la época. En unas horas, Google presentará su nuevo programa sustentado en ella: Bard