‘Tokio Blues’ de Haruki Murakami

DAVID SANTIAGO TOVILLA

«El jurado ha considerado la singularidad de su literatura, su alcance universal, su capacidad para conciliar la tradición japonesa y el legado de la cultura occidental en una narrativa ambiciosa e innovadora, que ha sabido expresar algunos de los grandes temas y conflictos de nuestro tiempo: la soledad, la incertidumbre existencial, la deshumanización en las grandes ciudades, el terrorismo, pero también el cuidado del cuerpo o la propia reflexión sobre el quehacer creativo.

»Su voz, expresada en diferentes géneros, ha llegado a generaciones muy distintas. Haruki Murakami es un gran corredor de fondo de la literatura contemporánea» dice el acta del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2023, difundida el 24 de mayo.


Y sí, en Tokio Blues (Norwegian Wood), su libro más representativo, puede apreciarse tanto la temática como los ingredientes que sustentan la narrativa de Haruki Murakami:

 

Vida: La vida se distingue por sus giros inesperados. La linealidad sólo tiene lugar en la idealización. En cualquier instante, existe una circunstancia, relaciones o decisiones que cambian de fondo la inercia del momento. Lo importante es saber ver, entender, aprender, situar, decidir y actuar: «Hay dos tipos de personas: los que son capaces de abrir su corazón a los demás y los que no… Abre tu corazón y abandónate al curso natural de la vida».

 

Muerte: «La muerte no existe en contraposición a la vida sino como parte de ella» es su gran reiteración. Puede ausentarse alguien en la intensidad de una gran amistad; faltar la persona a quien se conoció por ella; perder a quien sólo se ha visto una vez y espera verse en días siguientes. La fatalidad llega, de forma natural o inesperada. Hay que entenderlo más que padecerlo.

 

Amor: El amor es el otorgamiento de valor al otro. En medida de la importancia que se le entrega en la vida propia puede reconocerse su existencia: «Para un cierto tipo de personas el amor surge con un pequeño detalle. Y, si no, no surge». No todo es decirlo: más es hacerlo. Cuando ocurre, una aparente amistad puede llenar más que un formal noviazgo. No siempre los sentimientos tienen nombre porque más importante es que tengan corazón: «Las personas lo llaman simpatía o amor, pero si tú quieres llamarlo pasatiempo, puedes hacerlo».

 

Memoria: El gran activo de los seres humanos es la memoria: es su sangre, la savia humana. Asociada con un aroma, una imagen o una canción, como ocurre en Tokio Blues, en donde al escuchar Norwegian Wood, una pieza de The Beatles, trae al presente todo lo narrado. La personalidad se forma con las decisiones y vivencias, pero todo queda en algún recoveco: «Pensé en la infinidad de cosas que había perdido en el curso de mi vida. Pensé en el tiempo perdido, en las personas que habían muerto, en las que me habían abandonado, en los sentimientos que jamás volverían».

 

Comunicación: Hoy existen más recursos para comunicarse, pero eso no se traduce en mejor comunicación: en decir, expresar con mayor facilidad y presteza lo que se piensa y siente. Antes, las distancias se combatían con sinceridad e intensidad: «Con las siete hojas de la carta de Naoko en la mano, me sumí en unos pensamientos deshilvanados». Escribir, exponer, conversar es todo: «Las cartas no son más que un trozo de papel. Aunque se quemen, en el corazón siempre queda lo que tiene que quedar, por más que las guardes, lo que no debe quedar desaparece».

 

Sexualidad: La práctica de la sexualidad es también diversa. El deseo mueve: es un factor humano. Se va con él, por doquier. Construye historias, de manera permanente: «Aquella noche me acosté con Naoko. No sé si fue lo correcto. Ni siquiera hoy, veinte años después, podría decirlo. Tal vez jamás lo sepa. Pero entonces era lo único que podía hacer». Desear es vivir y no es exclusivo del amor. El deseo conduce: con él a veces hay preguntas y, en algunas ocasiones respuestas, pero no está para ninguna de ellas, porque ambas son pensamiento y la sexualidad es realidad.

 

Responsabilidad: Empatía, solidaridad, generosidad son indispensables para la convivencia. Sin embargo, las responsabilidades son personales. Las decisiones son individuales. Estar o no es una decisión de vida en que concurren muchas circunstancias y nadie debería cargar con el peso del albedrío de los otros.

 

Humor: Para reflexionar con profundidad, no se necesita la solemnidad. Las puntadas de los personajes reflejan la ironía, simpleza o autenticidad que existe en la vida misma: «Al igual que las chicas tienen la regla, los hombres se masturban. Todos. Cualquiera».

 

Música: Todo el libro está asociado con la música. Lo más congruente es su título: la obra es como una canción interpretada en Tokio. Una novela que fluye como un canto sobre el dolor, la tristeza, la nostalgia: un blues en donde los protagonistas se acompañan con guitarra o piano. Las conversaciones documentan una grata melomanía. La música es relevante hasta para conjurar un desafecto.

 

Publicada en 1987, la novela dialoga con plenitud con las personas de un nuevo siglo. Casi cuarenta años después, empieza a asentarse y convertirse en una referencia. Como esa que el propio autor japonés hace decir a uno de sus personajes: «No quiero perder un tiempo precioso leyendo libros que no hayan sido bautizados por el paso del tiempo. La vida es corta».

 

En 2010, se llevó al cine bajo la dirección de Tran Anh Hung. Puede verse en una plataforma formal y en varias informales. Sin embargo, película y novela son productos muy diversos. Se tocan en los ejes básicos de la historia.


La cinta recupera las anécdotas centrales del trabajo de Haruki Murakami, pero tiene un camino propio. No guarda ninguna relación con la ejecución de ese sensitivo blues que realiza el escritor al perfilar los personajes, dosificar la información, colocar detalles claves para el conjunto de la narración.

 

No hay opción: a Tokio Blues hay que leerle. La adjudicación del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2023 es un buen pretexto para hacerlo.

 

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