La filmografía de Luis Estrada ¿Por qué no quieren que la veas?


DAVID SANTIAGO TOVILLA

Hace 24 años, cuando estrenó La ley de Herodes, primera película de su pentalogía sobre la vida en México, la gran frase promocional fue «¿Por qué no quieren que la veas?». Desde entonces, a Luis Estrada le han acompañado embates de diversos signos. Lo mejor es que ninguno de ellos ha apartado al director de su claridad y ahínco en la revisión de la identidad mexicana y el ejercicio del poder.

La filmografía de Luis Estrada está concebida para inspeccionar temas que afectan las relaciones sociales, con referencias al contexto político en que se estrena cada película. La consistencia de Luis Estrada está acreditada. Hay una historia fílmica que lo sustenta. Antes de que muchos de los que ahora están en un partido estuvieran en otro o cambiaran de camiseta varias veces, el cineasta empezó a construir su conjunto de obras unidas por la crítica a las conductas que inciden en la convivencia personal y social.

Con el ingrediente de un elenco espectacular, de gran nivel, cada trabajo de Luis Estrada aborda un elemento, rasgo o protagonista. Véase:

La corrupción

En 1999, presentó La ley de Herodes; en tiempos de la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional. El tema de la cinta es la corrupción y todas sus derivaciones: la cadena que alimenta la vida de los pueblos, con las ambiciones de unos y los privilegios de otros y que alcanza a muchos, de muchas profesiones.

El retrato de esos políticos que llegan al poder por una circunstancia y no por sus capacidades; en consecuencia, se forjan en los arreglos económicos, la perversión de la ley, las traiciones, las manipulaciones con el único objetivo de salir adelante en lo personal.

En esta cinta, se demuestra que la forma pedestre de entender el quehacer político en México no está asociado a un partido: es una cultura. Todos los desaseos que se le adjudicaban al PRI siguen presentes porque el autoritarismo priista y el uso de los cargos públicos como patrimonio personal son rasgos culturales que los políticos llevan a donde sea que vayan.

El personaje Juan Vargas, Varguitas, corrobora que, con dicha herencia política, en el ejercicio del poder, siempre pueden ser peores que sus antecesores.

El discurso neoliberal

En 2006, Luis Estrada presentó Un mundo maravilloso. Estrenada en la época del primer gobierno del Partido Acción Nacional, aborda las utopías alrededor del discurso neoliberal.

Alude al contexto de glorificación de la globalización, mientras la desigualdad económica prevalece.

Retrata a una clase gobernante preocupada más por las medallas de los organismos internacionales y por la elaboración de recetas económicas que por la modificación concreta de la realidad.  La economía consiste en cifras más que en personas. El trabajo político consiste en la construcción de una imagen.

El narcotráfico

En 2010, durante el segundo periodo del Partido Acción Nacional, lanza El infierno. El tema no podía ser otro que el estallido del problema del narcotráfico.

La mirada de Luis Estrada se dirige a la manera en que el poder narco se impone en los pueblos porque se convierte en el eje de las actividades. Sus ramificaciones le hacen ser el empleador de grandes y jóvenes, el generador de recursos en centros de diversión, el verdadero decisor sobre las corporaciones policiacas con presencia en sus zonas de operación.

Refleja que la supresión del Estado en la vida concreta de esos sitios data de hace tiempo y nada le corrige: sólo cambia el grupo que por el momento logra hacerse de una plaza. La violencia, es, en consecuencia, lo que determina todo porque rige la ley del más fuerte.

Desde entonces, se quedó en la memoria popular el apodo del personaje encarnado por el actor Joaquín Cosío: el cochiloco.

Los poderes fácticos

En 2014, Estrada presenta La dictadura perfecta. Es el sexenio del regreso del Partido Revolucionario Institucional a la presidencia de la república. El cineasta retoma las expresiones que rodearon la campaña presidencial: había un candidato, pero de una poderosa televisora más que de una fuerza política.

La Real Academia Española define poder fáctico como «sector de la sociedad al margen de las instituciones políticas que ejerce sobre aquella una gran influencia, basada en su capacidad de presión; p. ej., la banca, la Iglesia, los medios de comunicación».

Así que la trama se centra en la operación de la imagen de políticos por parte de una empresa de televisión mediante contratos millonarios. Trabajar para la superación de un videoescándalo, contribuir a la destrucción de un adversario, crear historias casi telenovelas más que información. No importa la capacidad del político, ni sus arreglos con los narcos: todo es ganar elecciones, con dinero y manipulaciones.

Los antivalores

En 2023, se ha estrenado ¡Que viva México! En ella, el cineasta se propone evidenciar las ausencias de justicia, solidaridad, respeto, sinceridad y tolerancia que afecta a la sociedad.

Gobiernos desfilan para poner de moda frases y colores, sin que exista una modificación de los antivalores que se hacen tangibles en la convivencia familiar, por generaciones. Poco o nada se hace, de manera estructural, para que los valores humanos se desarrollen en personas y el entorno social. Sexenios pasan y el deterioro de la calidad humana se refleja en la violencia cotidiana.

Era necesario que se abordara, en un país trastornado por la permisividad ante los antivalores. Luis Estrada lo hace con la luminosidad y el rigor de quien trabaja con profesionalismo, sin concesiones.

Hay dinámicas familiares que repiten, de manera inalterable, por décadas: la protección a los hijos involucrados en actividades delictivas; el consentimiento de tener en casa a un yerno golpeador; la envidia al familiar más exitoso y su esquilmación —«Menoscabar, agotar una fuente de riqueza sacando de ella mayor provecho que el debido».

Estrada apunta en múltiples direcciones: las continuas fiestas, aunque no se tengan los recursos para ello; la idea de un futuro promisorio no sustentado en un proyecto sólido sino en una ilusión; la unidad para afectar a una persona, en oposición a la inacción ante el cuervo que les sacará los ojos.

El interés por presentar un minucioso mosaico social, con sus antivalores, lleva a la película a una extensión de tres horas.

Luis Estrada en 2023

Tras esta somera revisión a su filmografía, se puede desechar la maniquea creencia de que Luis Estrada ataca gobiernos. Cada cinta tiene un eje temático. Lo que hace el director, para nutrirla de mordacidad, es recuperar elementos del contexto que son comunes con la audiencia, en el momento del estreno.

Por ejemplo, en La dictadura perfecta se recrean las expresiones del entonces presidente Enrique Peña Nieto: «los mexicanos podemos hacer el trabajo que ni los negros hacen» y «No sé cómo impacta la economía en los hogares porque no soy la señora de la casa».  Un joven que vea la película, por primera vez, en 2023 ¿comprendería la magnitud que tuvo en ese momento? Con probabilidad no, pero quienes tuvieron los códigos, años atrás, con seguridad la ovacionaron.

Las referencias al anecdotario y lenguaje político se han hecho por Luis Estrada durante cinco sexenios. Es un gran mérito y parte de su trabajo. Política, cultura, antropología, entre otros, abordados por la sátira, con su correspondiente actualización de acuerdo con las circunstancias, personajes y hechos, genera productos memorables.

Un claro ejemplo es la obra Bienvenido Conde Drácula, de Dolores Montoya, que lleva 35 años de puesta en escena, en Chiapas. Su virtud es enriquecer la trama con la satirización de todas las anécdotas, hechos y dichos que tuvieron impacto social cada año.

De manera similar, Luis Estrada es un director a quien nadie puede superar en su consistencia para abordar, con ironía, los comportamientos de los mexicanos y sus relaciones con el poder. No a toro pasado sino de frente a administraciones de los colores que sean. Luis Estrada lo ha hecho, con la seguridad de que su obra prevalecerá frente a la temporalidad de los gobernantes, como ocurre con La ley de Herodes y El infierno, tan vigentes ahora como cuando fueron concebidas.

La mirada mordaz, auténtica y única de Luis Estrada continuará como un referente del cine mexicano. Es un privilegio tenerla.

Ante el evidente ambiente inducido, por el estreno de ¡Que viva México!, sólo pueden recordarse las palabras de Javier Cercas, en No callar, libro que empieza a circular: «toda ironía presupone que una cosa puede ser varias cosas a la vez. Cervantes, que inventó la ironía moderna y la convirtió en un ingrediente consustancial a la novela, mostró que Sancho Panza es un tonto, pero también un sabio, y que don Quijote es ridículo, pero también heroico.

»Eso es la ironía: la revelación deslumbrante de que la realidad no es unívoca, de que una cosa puede ser una cosa y su opuesto, de que existen las verdades contradictorias. Y eso es lo que no puede admitir el fanático: para él, las cosas solo son lo que son y nada más; es decir: son solo lo que él dice que son. De ahí que odie la ironía, el humor, las bromas (y, por lo tanto, los trabajos, que proponen una visión ambigua, irónica y poliédrica de lo real). Y de ahí que la ironía y el humor suelan ser no solo un síntoma de decencia individual sino también de salud colectiva.

»Sin ironía no hay tolerancia. Y sin tolerancia no hay civilización. Ni acaso humanidad: los seres humanos bromean; los animales, no. La intolerancia es una forma del miedo, y también de la impotencia: como no confiamos en nuestras propias ideas, porque no sabemos defenderlas, renunciamos a discutir las de los demás, limitándonos a denigrarlas: a ellas y a quienes las sostienen. El resultado de esta perversión es siempre perverso».