Somos la magnitud de nuestros recuerdos

DAVID SANTIAGO TOVILLA

A la memoria no hay que buscarla. Está ahí. Se manifiesta, sin pedirlo o desearlo. Se vive en y con ella. Nadie puede escapar. Es consistente, firme. Usa el menor pretexto para regresar. Hasta un momento de silencio. Se sirve de todo.

    Somos la magnitud de nuestros recuerdos. No hay tiempo disipado. El reto es reconstruir el rompecabezas vivido. Evocación es la herramienta; paciencia, el método. Acá, un instante; allá, un nombre; ahí, un contexto. Se acumulan vivencias, intensidades. La memoria es un archivo en perpetua construcción durante la vida.

    Pero el tiempo se vincula con el espacio, ambos necesarios para cualquier experiencia humana. La identidad vive en los objetos acumulados.

    Fuimos y no dejamos de ser, porque los detalles preservados son la expresión concreta de lo vivido. Sobre todo, si se conservan recuerdos felices. Pero la felicidad es fugaz. Obligada a verle hacia atrás, por lo general.

    El hoy feliz se construye con entrega personal. Felicidad es actuar sin el trueque de pedir algo para dar. Atesorar la magia de cada presente. Quién sabe qué será más tarde o en unas horas.

    La vida es cuando ocurre. Acto que, momentos después, fue. No puede atraparse. Se posee sólo la remembranza. Permanece lo aprendido. Pensamos lo realizado o declinado, lo vivido. Porque vivir es hacerlo. En ese soplo se construye el pasado. También se perfila el futuro en su posibilidad.

    Nada poseemos más que la memoria. Por eso lo trascendental es entregarse a plenitud en cada suceso. Disolverse, vivir. Sin antes, ni después, más que ser única vez. Hacer todas las veces únicas.

    La vida se reduce a la intensidad de la ocasión. Todo importa porque los significados permanecen. Siempre hay huellas. La savia humana es tiempo convertido en memoria.

*Fragmento del libro La savia humana es tiempo convertido en memoria que inicia su circulación. Disponible en Amazon.