Inteligencia artificial (IA) a reflexión


DAVID SANTIAGO TOVILLA

Fotografía: Growtika

En 2022, la palabra del año para la Fundación del Español Urgente fue la inteligencia artificial (IA). La expresión, contemplada en el diccionario como «disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico».

FundéuRAE explicó que el concepto «se incorporó al diccionario de la Academia en su edición de 1992, y este año lo ha seleccionado por su importante presencia en los medios de comunicación durante estos últimos doce meses, así como en el debate social, debido a los diversos avances desarrollados en este ámbito y las consecuencias éticas derivadas».

Si en ese año la discusión fue notoria, los siguientes meses y años se ha intensificado. Es proporcional a su utilización en las distintas áreas de la vida social.

En 2023, se comentó con amplitud el caso de un concurso, en Estados Unidos, en donde fue premiada una obra hecha mediante la IA. Puede leerse en un apunte anterior en este blog.

A finales de 2024, la reflexión se intensifica.

El 24 de octubre, el papa Francisco dio a conocer su cuarta encíclica: Dilexit nos. En esta ocasión, aborda el amor humano y religioso. Como en los casos anteriores, apunte elementos contextuales del momento en que emite el documento.

Así, Francisco destaca la necesidad de volver al corazón: «En este mundo líquido es necesario hablar nuevamente del corazón, apuntar hacia allí donde cada persona, de toda clase y condición, hace su síntesis; allí donde los seres concretos tienen la fuente y la raíz de todas sus demás potencias, convicciones, pasiones, elecciones.

»Pero nos movemos en sociedades de consumidores seriales que viven al día y dominados por los ritmos y ruidos de la tecnología, sin mucha paciencia para hacer los procesos que la interioridad requiere. En la sociedad actual el ser humano corre el riesgo de perder su centro, el centro de sí mismo (…). Nos perdemos la historia y nuestras historias, porque la verdadera aventura personal es la que se construye desde el corazón. Al final de la vida contará sólo eso».

El papa explica: «Se podría decir que, en último término, yo soy mi corazón, porque es lo que me distingue, me configura en mi identidad espiritual y me pone en comunión con las demás personas. El algoritmo en acto en el mundo digital muestra que nuestros pensamientos y lo que decide la voluntad son mucho más “estándar” de lo que creíamos. Son fácilmente predecibles y manipulables. No así el corazón».

En la parte medular del tema, apunta: «En el tiempo de la inteligencia artificial no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen falta la poesía y el amor. Lo que ningún algoritmo podrá albergar será, por ejemplo, ese momento de la infancia que se recuerda con ternura y que, aunque pasen los años, sigue ocurriendo en cada rincón del planeta.

»Pienso en el uso del tenedor para sellar los bordes de esas empanadillas caseras que hacemos con nuestras madres o abuelas. Es ese momento de aprendiz de cocinero, a medio camino entre el juego y la adultez, donde se asume la responsabilidad del trabajo para ayudar al otro.

»Al igual que el tenedor podría nombrar miles de pequeños detalles que sustentan las biografías de todos: hacer brotar sonrisas con una broma, calcar un dibujo al contraluz de una ventana, jugar el primer partido de fútbol con una pelota de trapo, cuidar gusanillos en una caja de zapatos, secar una flor entre las páginas de un libro, cuidar un pajarillo que se ha caído del nido, pedir un deseo al deshojar una margarita.

»Todos esos pequeños detalles, lo ordinario extraordinario, nunca podrán estar entre los algoritmos. Porque el tenedor, las bromas, la ventana, la pelota, la caja de zapatos, el libro, el pajarillo, la flor... se sustentan en la ternura que se guarda en los recuerdos del corazón».

Francisco apunte muy bien que luego las inercias llevan a que se atienda más el algoritmo, lo que arroja números que a las capacidades humanas.

Este mismo año, Juan Villoro publicó el libro No soy un robot. La lectura y la sociedad digital. El título alude a la validación hecha en algunos sitios para certificar que es un humano quien procede al ingreso.

Villoro es vasto, hasta enciclopédico, al desarrollar sus reflexiones. Combina lecturas, anécdotas, pensamientos. Un volumen para detenerse cada poco para pensar en su exposición.

De la incidencia en el periodismo: «La inteligencia artificial cada vez se hace cargo de más actividades. Cada vez hay más sillas vacías en las oficinas de la prensa. La revolución digital engordó a los periodistas y adelgazó los periódicos. En forma progresiva, las noticias se cubren de manera sedentaria en la pantalla. Además, la información en línea permite vigilar lo que hacen otros periódicos y eso provoca que la prioridad no consista en buscar exclusivas, sino en no perder la noticia que ya ofrece la competencia».

De la conversión de personas en lo utilitario: «La realidad virtual ha permitido una evasión casi completa del mundo de los hechos. En esa medida, obliga a resignificar el tema de la enajenación. El ser humano escindido de sí mismo recibe hoy los normalizadores nombres de cliente, seguidor, usuario».

De la dependencia de los teléfonos celulares: «Depender de una prótesis digital se ha vuelto norma. De manera curiosa, esto no se ve como una limitante sino como un beneficio. La enajenación no proviene de una tortura laboral, sino de una promesa de felicidad. La sujeción es tan voluntaria y adictiva como un afecto malentendido. El usuario elige permanecer el mayor tiempo posible en un universo paralelo, convencido de que responde a sus propios intereses y no a una dinámica donde el fracaso consiste en quedar fuera».

Como se aprecia, las reflexiones sobre el impacto de la inteligencia artificial se desarrollan en diversos tonos y áreas. De las meditaciones sobre la vida en general, a las prácticas cotidianas.

Este 27 de octubre, Marita Alonso publicó el artículo “¿Eres una persona?”: los peligros de que la Inteligencia Artificial haya llegado a las ‘apps’ de encontrar pareja en el Suplemento Icon de El país.

Destaca el caso de un uso de la propia inteligencia artificial para frenar el abuso de ella: «Bumble recurre a la IA para poder detectar la IA: ha introducido recientemente una nueva opción en el menú de reporte de perfiles falsos que incluye a las personas que no solo puedan estar usando fotografías que no sean suyas, sino que hayan sido creadas o retocadas y perfeccionadas por la IA».

Esto porque un estudio de McAfee documenta que un 30% de hombres y un 27% de mujeres han recurrido a la inteligencia artificial para hacer sus perfiles más efectivos. Es, además, ascendente el uso de la herramienta para generar respuestas, frases para la interacción.

Ahí mismo, una psicóloga advierte entre lo artificial y lo humano: «“La inteligencia de la relación no está en lo que uno de los participantes dice o hace, sino en lo que ambos pueden construir, sostener y transformar en el encuentro de sus complejidades”. Añade, además, que el peligro de la IA en este contexto radica en que facilita una seducción unilateral y limitada, donde uno proyecta una imagen o un discurso que tal vez no pueda mantener siempre.

»En el encuentro real emergen las fisuras, las inconsistencias que la IA no puede prever ni manejar, porque la verdadera inteligencia se basa en lo que no es calculable: las tensiones, los malentendidos, los deseos inconscientes. La IA no sabe gestionar el malentendido estructural, esa brecha entre lo que queremos decir y lo que realmente transmitimos».

La inteligencia artificial se extiende. Por fortuna, es acompañada de la reflexión, la objetividad y la necesidad de preservar lo humano.