"Elegy" de Isabel Coixet

DAVID SANTIAGO TOVILLA

Al transcurrir los primeros minutos de la película Elegy, recordé una expresión de Jaime Sabines incluida en la cinta Del olvido al no me acuerdo de Juan Carlos Rulfo: “no le temo a la muerte, le temo a la vejez”. A partir de ahí, la cinta no dejó de proporcionarme elementos para la reflexión.

Elegy no se mantuvo mucho tiempo en la cartelera local. Cuando mucho una semana en la que no estuve, por lo tanto me la perdí en el cine. Aún así, los nuevos soportes audiovisuales permiten apreciarla, en casa, con mayor fidelidad.

Debo reconocer que me motivó a ver la película la presencia de Penélope Cruz, a quien he seguido desde su temprana incursión en Jamón, Jamón, hace diecisiete años. Sin embargo, una vez que la cinta corrió, el hecho cinematográfico se impuso y el conjunto de elementos me mantuvo atento a su desarrollo.

No he leído a Philip Roth y en particular El animal moribundo, novela de la que surge esta cinta de Isabel Coixet. Sin embargo, lo haré a partir de esta exposición visual que me dejó gratamente impactado.

En Elegy, todo está cuidado y armoniosamente recreado. Para destacar la diferencia del personaje de Penélope, una chica universitaria, cuidaron el vestuario y no la colocaron como una clásica muchacha de jeans y su aparición más se acerca a una de las portadas glamorosas en las que Cruz ha salido.

El entorno se ha cuidado. La contraparte de Pe es el actor Ben Kingsley que encarna a David Kepesh. El personaje masculino es un profesor universitario. Por eso el ambiente tiene detalles bien cuidados, referencias, símbolos, lenguajes. Hay apreciación artística, gusto y esmero.

Y desde ese cuidadoso tratamiento estético, la adaptación de Nicholas Meyer hilvana las ideas centrales del filme. La contundencia de Elegy surge, así, de su confección y de sus inspecciones temáticas. Es más que una historia de amor, sexo y erotismo. 

Es una mirada a rasgos, decisiones y acciones humanas a partir de esos tres elementos que son, como bien dice Octavio Paz en La llama doble: manifestaciones de lo que llamamos vida.

Ahí están: lo que se apuntaba al principio, el tema de la vejez. Qué dejan las batallas de la vida. Nunca se sigue una línea. Hay caminos que uno se planteó y no siguió o que tomó sin darse cuenta en qué momento. No hay edad final. 

El aprendizaje es permanente, eterno, sin importar la edad. Un profesor de 62 años aprende a amar cuando desarrolla una relación especial, intensa, plena, con una joven de veintitrés años. Ella es impredecible pero bella por fuera y por dentro. 

La relación empieza, como suele ocurrir, con un simple atractivo sexual, hasta convertirse en la necesidad humana que lacera. Los acontecimientos de la parte final de la cinta acentúan esa condición de vulnerabilidad. Hay historias de cama que tienen un riesgo: el enamoramiento. Ocurre en Elegy.

Por lo demás, la belleza de Penélope está notable e inteligentemente explotada para darle todo su peso en la cinta. Se le compara con La maja vestida de Francisco de Goya al hojear un catálogo, y sin enunciarlo se le convierte en La maja desnuda al hacerle una sesión fotográfica con su torso desnudo. 

Pero la toma más memorable no es de los senos de Pe, sino cuando la cámara se desliza hacia atrás de Kepesh y la encuentra totalmente desnuda embrocada en un sillón y realiza un recorrido lento, cadencioso desde su hermoso rostro hasta su única vestimenta: unas zapatillas rojas. Qué toma surgida de la visión de la propia directora del filme.

Tampoco puede dejar de mencionarse la musicalización que incluye a Bach, Beethoven, Leonard Cohen y Erik Satie. La película concluye con un impresionante y perturbador adagio que nos hace permanecer en la escucha y la reflexión durante todos los créditos.

Elegy, sin duda, es de las que entrarán a nuestra filmoteca en Blu-Ray.