¿En dónde está Lucía? Odio, perversidad y vileza

DAVID SANTIAGO TOVILLA

¿Hasta dónde puede llegar la violencia vicaria, aquella en que el agresor daña a los hijos para causarle daño psicológico a la madre? Hasta donde el odio, la perversidad y la vileza lo permitan, porque la justicia suele llegar tarde, aunque haya personas afectadas para siempre.

Uno de esos casos, representativo, fue recordado hace tres meses, en medio de un intenso debate, en España, por la publicación de un libro.

Un caso extremo de violencia vicaria

Se trata del caso José Bretón, de 2011. Su esposa comunicó al hombre su decisión de separarse y vivir sola con sus hijos: una niña de 6 años y un varón de 2.

Semanas después, José Bretón pasó por sus hijos para convivir con ellos unos días. Desde entonces, los pequeños desaparecieron.

La investigación arrojó que el sujeto durmió a los niños con un medicamento; luego los incineró hasta extinguir casi en su totalidad los restos. Para ello adquirió suficiente leña y gasolina para alimentar el fuego durante horas.

Un crimen premeditado, calificado como «un caso extremo de violencia vicaria», cometido por venganza contra su expareja. Bretón purga una sentencia de 25 años de prisión.

El odio, libro de Luisgé Martín

¿Qué ocurrió en 2025? El 26 de marzo empezaría a circular el libro El odio, de Luisgé Martín, publicado por la editorial Anagrama. Se compartió algún extracto y unos ejemplares circularon para impulsar las reseñas.


El escritor, Premio Herralde de Novela por la magnífica Cien noches, construyó un texto con cartas y entrevistas al delincuente.

Sin embargo, la madre de los niños asesinados acudió a la justicia por su derecho al honor y la privacidad.

La circulación se detuvo por orden judicial. Aunque la autoridad avaló días después la publicación, la editorial decidió suspenderla de manera definitiva. Rescindió el contrato y devolvió los derechos al escritor.

Así, de El odio sólo se conoce la discusión en los medios. Se llegó a decir que el escritor pretendía humanizar al personaje. Luisgé Martín pretendía una indagación sobre la maldad del agresor. Propósito, al parecer alcanzado, porque en una entrevista a eldiario.es el autor comenta que el asesino «me escribió diciéndome que el libro no le había gustado nada, que no lo había acabado y no sabía si lo acabaría. Decía que iba a tener consecuencias nefastas para él». Se comprende que al victimario le entregó alguno de esos ejemplares del tiraje que fue después destruido en su totalidad.

La violencia vicaria destruye vidas no sólo con la extinción como en el caso José Bretón, sino con todas las acciones desde que empieza a ocurrir.

Ericka y Lucía: una batalla desigual y cruel

Por eso, es indignante ver a una madre como Ericka Contreras Pérez acudir a todas las instancias legales, tocar las puertas de los decisores, argumentar, exponer y demostrar que tiene razón, pero transcurren días que se convierten en meses sin poder recuperar a su hija.

Por lo visto, el esquema de conducta de los victimarios es similar. Como José Bretón, un día el papá se llevó a Lucía, de cinco años, en una ocasión cuando le correspondía la visita establecida en un acuerdo judicial. Ya no la devolvió.

El agravante en este caso es que el agresor fue consejero de una Comisión Estatal de Derechos Humanos. Conocedor de las leyes sabe como dilatar, desvirtuar, evadir. Con sus relaciones personales en el Poder Judicial se ha enterado de los pasos que darán las autoridades y se ha adelantado para burlarse de todos y retener a la menor, con sistematicidad.

Ericka no sólo lucha contra las acciones de un victimario que ha logrado trastornar su vida porque, ahora, dedica cuerpo y alma a cubrir todos los frentes en la búsqueda de la recuperación de su hija. Eso ha incluido hasta enfrentar calumnias tanto en lo legal como en medios de comunicación.

En el mes de julio se cumplirá un año de ese tortuoso camino que consume la vida de Ericka.

¿En dónde está Lucía?

Después de ese tiempo, de nueva cuenta, la pregunta es: ¿En dónde está Lucía? Se ha emitido una nueva Alerta Amber porque la niña desapareció del domicilio en donde se practicó una diligencia mediante la que la menor debería ser restituida a su madre.

En lugar de una respuesta contundente y comprometida de las instancias de justicia, madre e hija agredidas han encontrado incompetencias, complicidades, desobligaciones.

Una batalla desigual y cruel que habla de cómo los hechos desmienten discursos y propaganda.

¿Hasta dónde llegará este caso de violencia vicaria? ¿Hasta donde el odio, la perversidad y la vileza lo permitan?