Rosario Castellanos, una pasión colectiva en Comitán

DAVID SANTIAGO TOVILLA

Fotografía: Revista Arenilla

Ninguna otra ciudad de Chiapas tiene una relación especial con su gloria literaria que Comitán. Afecto, respeto y orgullo hacia Rosario Castellanos se perciben en esa población a donde ella llegó apenas nacida.

Castellanos es una presencia que se mantiene viva en Comitán.

En 2011, en una esquina de la plaza central, se colocó una escultura, en bronce, de gran tamaño, de Luis Aguilar Castañeda. Desde ese punto, ella parece observar la trayectoria de la avenida central.

Más adelante, se encuentran las evocadoras instalaciones de un exconvento, convertido en el Centro Cultural Rosario Castellanos. Ahí, también existe un busto hecho por Gabriel Gallegos.

A dos cuadras, en 2017, en una espectacular casa tradicional, se instaló el Museo Rosario Castellanos.

Pero no es sólo lo físico: el paso por Comitán transmite esa querencia de su comunidad cultural y sus ciudadanos por Rosario Castellanos. Hablan de ella como alguien, conocido, cercano, uno de ellos.

En otras ciudades, sus escritores son algo de nicho o segmento. Ese trato vivo no existe en Tuxtla Gutiérrez con el poeta Jaime Sabines, más allá que su nombre a un Centro Cultural. Mucho menos sucede en Tapachula con el dramaturgo inigualable Carlos Olmos, en donde es casi desconocido.

Esa pasión colectiva hacia su enorgullecimiento literario ocurre sólo en Comitán.

Es correspondencia, porque Rosario Castellanos colocó su testimonio de infancia en Comitán, en la novela Balún Canan. Una niña que pregunta y señala con sagacidad e ironía:

«Hoy recorrieron Comitán con música y programas. Una marimba pequeña y destartalada, sonando como un esqueleto, y tras la que iba un enjambre de muchachitos descalzos, de indios atónitos y de criadas que escondían la canasta de compras bajo el rebozo. En cada esquina se paraban y un hombre subido sobre un cajón y haciendo magnavoz con las manos decía:

»—Hoy, grandiosa función de circo. El mundialmente famoso contorsionista, don Pepe. La soga irlandesa, dificilísima suerte ejecutada por las hermanas Cordero. Perros amaestrados, payasos, serpentinas, todo a precios populares, para solaz del culto público comiteco.

»¡Un circo! Nunca en mi vida he visto uno. Ha de ser como esos libros de estampas iluminadas que mi hermano y yo hojeamos antes de dormir. Ha de traer personas de los países más remotos para que los niños vean cómo son. Tal vez hasta traigan un tren para que lo conozcamos».

Comitán es más que una referencia en la novela: es una identidad, articuladora de perfiles, costumbres, hechos.

El centenario de Rosario Castellanos, este 25 de mayo, sin duda tendrá a Comitán más rosarista y radiante que siempre. ¡Qué ganas de estar ahí!